Ninguna idea revolucionaria puede prender llama si no se le insufla el oxígeno adecuado y la mecha está en posesión de la sociedad civil. Este incendio ha sido provocado ya a consecuencia de varios ejes vertebradores, como la aceleración de la digitalización, el compromiso con la sostenibilidad y la apuesta por la inclusión.
Quizás, con el tercero debería cumplirse aquel concepto sacro: “Los últimos serán los primeros”, porque si los responsables de gestionar la capacidad innovadora de los países no ponen el esfuerzo de los científicos, tecnólogos, ingenieros (entre otros profesionales que se encuentran desarrollando el futuro) al servicio de territorios que siguen sufriendo la acuciada brecha digital, toda la estrategia se derrumba.
Una de esas herramientas ya tiene lenguaje universal, como la música. Es la programación. Llevar las competencias computacionales a todos los niños y niñas (y personal docente) del mundo es una responsabilidad adquirida por varias organizaciones sin ánimo de lucro (como Code.org) con padrinos y madrinas al frente de las principales empresas del planeta. Es un buen ejemplo. Pero hay más.