En un escenario laboral profundamente transformado la automatización se deben redefinir los marcos del trabajo tal como lo conocíamos.
La tecnología, la automatización y, recientemente, el ‘boom’ de la inteligencia artificial generativa, son una realidad presente que exige a profesionales y empresas replantearse cómo se configura el desarrollo de la carrera y la gestión del talento.
Durante décadas, la automatización ha supuesto mejoras en eficiencia y productividad, desplazando ciertas tareas. Sin embargo, lo que marca un antes y un después es la capacidad de la inteligencia artificial generativa de intervenir en funciones que antes se consideraban eminentemente humanas.
La consecuencia más visible es el efecto sobre las capacidades específicas de las personas en las organizaciones: su conocimiento especializado, su experiencia, su capacidad de resolución. Ahora pueden estar cuestionadas por una herramienta que realiza esas mismas funciones de forma más rápida y, en ciertos casos, con una calidad aceptable.
Frente a este escenario, la pregunta está en cómo prepararse para coexistir con él de forma estratégica. Para los profesionales, esto implica abandonar la zona de confort de una progresión lineal. Cabe, ahora, abordar más aún un aprendizaje continuado. Debe orientarse a habilidades que complementen a la automatización y la inteligencia artificial.
Estas habilidades tienen un claro denominador común: son humanas. El pensamiento crítico, la empatía, la creatividad, la ética y la gestión de la ambigüedad son terrenos en los que la IA aún no puede actuar. En paralelo, la capacidad de colaborar con la tecnología se convierte en otro elemento clave del perfil profesional del futuro.
Las empresas, por su parte, tienen un doble desafío. Por un lado, deben liderar la transformación tecnológica sin olvidar el factor humano. Implementar soluciones de IA o automatización sin una estrategia de acompañamiento a las personas puede generar resistencias internas, e incluso una pérdida de credibilidad en los equipos.
Por otro lado, las organizaciones deben readaptar su gestión del talento. Deben reinventar sus modelos de talento. Es recomendable crear culturas organizativas que fomenten la adaptabilidad y la capacidad de combinar conocimientos.
Esto también aplica al liderazgo. Los directivos necesitan asumir un nuevo rol, más pedagógico y más inspirador. No debe solo enfocarse en la adopción tecnológica, sino en cómo esta puede potenciar las capacidades humanas dentro de la organización. La tecnología puede ser un impulso para construir entornos de trabajo más ágiles y más humanizados.
En este contexto, preparar el futuro profesional significa convivir con la automatización desde una posición de implicación. Se trata de identificar el valor diferencial que cada persona puede aportar y de diseñar una estrategia alineada con un entorno de cambio constante.
El verdadero reto es la capacidad de que los profesionales y las empresas evolucionen con la tecnología.