Se acaba la productividad basada en horas, tiempo en la empresa y cantidad producida. Ahora, el valor añadido se debe encarar desde un enfoque en un entorno digital y global.
La manufactura en masa de la época de la revolución industrial medía la productividad por cantidad generada por trabajador y tiempo. Esas métricas han seguido vivas hasta hace poco.
Este enfoque puede llevar a los empleados a trabajar largas horas sin necesariamente mejorar la calidad de su trabajo. La desconexión entre la productividad medida y la satisfacción laboral también es evidente; los empleados pueden sentirse desmotivados si su esfuerzo no se valora adecuadamente.
Ahora es el momento de redefinir esas fórmulas de medir la productividad. La manufactura es una parte del sistema industrial. A ella se le han añadido los servicios, cada vez más dominantes –como exponíamos en el artículo de opinión de la semana pasada-. La calidad se impone a la calidad.
Así, en lugar de medir la productividad por las horas trabajadas, las empresas se centran más en los resultados. Esto significa evaluar el rendimiento basado en los objetivos alcanzados y la calidad del trabajo entregado.
Además, otorgar más flexibilidad y autonomía a los trabajadores puede aumentar su motivación y creatividad, permitiéndoles encontrar las mejores maneras de realizar sus tareas.
A nivel estratégico, pues, implica enfocar la productividad de forma más holística. Ello incluye la evaluación del impacto del trabajo en los objetivos y el reconocer el valor añadido por los empleados. También se debe abordar el bienestar y el equilibrio, a nivel de salud del empleado y de conciliación laboral.
Todo ello supone promover una cultura más colaborativa en la organización. La productividad generada en base al trabajo en equipo y la creatividad son elementos que suman en el entorno actual.
Las direcciones deben evaluar y ajustar los enfoques de productividad comentados para incidir en las nuevas formas y palancas de desarrollo.