Ser ágiles cuando sólo sea necesario

miércoles 14 de abril del 2021
La agilidad en las organizaciones es un valor para poder activar capacidades y procesos en momentos de una imperativa rapidez. También vale para adaptarse bien a las demandas del mercado. Pero una implementación sin sentido pierde valor. La estrategia debe estar detrás de cualquier acción ejecutiva.


En las empresas hay personas que piensan en ‘modo’ objetivos y plan de acción a medio plazo. Esas personas coinciden con otras que siempre tienen el modelo de “manos a la obra” en su quehacer. La estrategia y la implementación están a la orden del día en las organizaciones. Deben conjugarse y activarse de forma equilibrada.

De hecho, en un reciente artículo de opinión hablábamos de la necesidad, en la dirección, de combinar la gestión con la producción. Comentábamos que «la participación en el proceso productivo de los que toman decisiones permite una visión más real del negocio y ganar credibilidad, entre otros aspectos».

Lo mismo podemos afirmar en la relación entre implementación y estrategia, pero en términos inversos. Para la implementación debe haber una estrategia. Esto puede ser un foco de tensión en algunos momentos. Hay situaciones en que los equipos pueden sentir la necesidad de implementar inmediatamente un proceso, por la demanda del mercado o por adelantar a la competencia.

Esa inmediatez puede ser un arma de doble filo. La inversión de una rápida implementación sin unos fundamentos y una ruta clara puede ser contraproducente y generar pérdidas. Los fundamentos deben basarse en qué necesita realmente el usuario final de esa implementación, qué objetivos debemos cumplir y qué plan de acciones-hitos-actores participantes se debe, sí, implementar.

Este elemento tiene mucho que ver con la planificación actual de los negocios en el entorno cambiante en el que nos movemos. Y aquí reside el equilibrio entre la agilidad de la implementación y la estrategia. La rapidez necesaria de la implementación puede estar compensada por la definición estratégica a corto o medio plazo.

En muchos casos de muchas empresas, o de ciertos departamentos de grandes empresas -como marketing o servicio al cliente- no tiene sentido planificar estratégicamente de forma anual. Lo más óptimo es hacerlo de forma semestral, o hasta en cuatrimestres.

Si se hace semestralmente, se puede indicar para el primer semestre lo más necesario y realista según las necesidades captadas y las tendencias posibles. A partir de aquí, se puede ‘soñar’ con ámbitos más a medio plazo para indicar en el segundo semestre. En este sentido, eso debe tener en cuenta la posibilidad que haya modificaciones y rehacer los objetivos del segundo semestre.

Una vez definida la estrategia, entonces sí que se puede, y debe, activar un plan de implementación. Y ese plan tiene que partir de una asignación de actividades a los participantes adecuados, un liderazgo para controlar riesgos y la calidad de la implementación un presupuesto, unos hitos, unos resultados esperados y unas métricas necesarias.

La agilidad equilibrada será siempre positiva para la organización.