Un liderazgo solitario puede ser efectivo en situaciones que requieren decisiones rápidas y una clara dirección. El liderazgo colaborativo encaja más en entornos que valoran la adaptabilidad y un alto compromiso del equipo. Ambos pueden ser activados en situaciones similares. Lo que determina su incorporación es el contexto y los objetivos de la empresa.
Expongamos primero las características de esos liderazgos. Un líder solitario centraliza las decisiones de manera independiente. Lo hace sin la participación de todos los miembros del equipo. Su grado de autonomía es muy alto.
Esa independencia es, en cierto modo, una ventaja para el equipo. Ello es así porque el líder solitario espera también un alto grado de autonomía de los que dependen de él. A partir de aquí, las responsabilidades se individualizan.
La máxima responsabilidad recae en el líder. El resto tiene responsabilidades en sus parcelas, pero disponen de la protección del líder porque él asume todo el error. Si no es así y culpa a los otros de sus errores, deja de ser un líder.
En el caso del liderazgo colaborativo, la participación y el consenso en el equipo son sus puntales. Las decisiones se toman de forma conjunta. Todos los miembros del equipo opinan. El trabajo en equipo y la cooperación se potencian siempre.
La responsabilidad es compartida y el equipo asume conjuntamente la implementación de los planes definidos. A esa responsabilidad compartida se le suma una autonomía flexible. Los miembros del equipo tienen espacios propios de desarrollo. A su vez, el líder promueve la interrelación entre esos espacios para sumar positivamente en la consecución de objetivos.
Esas dos formas de enfocar el liderazgo generan ventajas e inconvenientes. Como ventajas del liderazgo en solitario se pueden considerar que agiliza la toma de decisiones y se eliminan dudas en situaciones de emergencia. Al evitar el modelo asambleario, se puede ir más rápido para decidir qué hacer. Además, queda muy clara la responsabilidad en la toma de decisiones: hay una cara visible.
Por el contrario, al no disponer de distintas opiniones puede haber disfunciones en las decisiones tomadas. Al faltar la participación del equipo también puede suponer una falta de compromiso en la implementación. Lo mismo puede ocurrir al solamente asumir una persona toda la carga de la decisión.
En cuanto al liderazgo colaborativo, tiene como puntos a favor la diversidad en la visión ante los problemas al haber colaboración e ideas y perspectivas distintas. A su vez, hay un mayor compromiso de los miembros del equipo al haber más participación. También facilita el desarrollo de capacidades propias de los miembros del equipo.
En cambio, ese modelo de consenso puede ralentizar la toma de decisiones. En momentos de alto riesgo ello puede ser un importante inconveniente. También es más necesaria la gestión de conflictos: distintas opiniones suponen potenciales choques que cabe mitigar.
Ambos liderazgos afectan en su manera en la empresa en distintos ámbitos. Por ejemplo, en cuanto al propio proceso de desarrollo, un liderazgo solitario facilita mucho las operaciones. El colaborativo permite un recorrido de compromiso a largo plazo.
En la cultura de la organización, la individualidad activa una competencia extrema con riesgos en la convivencia. El modelo participativo facilita el crecimiento profesional individual en aras de un objetivo común para la empresa.
Hay más ámbitos a analizar. Lo que debe considerarse es que ambos estilos de liderazgo, solitario y colaborativo, deben ser reconocidos y aplicables. Como siempre, un modelo híbrido puede ser muy útil para aprovechar las potencialidades de ambos enfoques.