Aunque no lo parezca, el saber decir que no es uno de los temas valorados en las capacidades de los trabajadores. Aquellas personas que saben decir que no a un encargo son tomadas en consideración por sus responsables. Evidentemente, el no debe ser argumentado.
Los argumentos del no son por carga de trabajo justificada o por no ser la persona adecuada para hacer ese trabajo. Evidentemente, pierde toda credibilidad si el no es porque a alguien no le apetece hacer esa labor encargada. Esas personas son, precisamente, las que no pasan el ‘corte’ de ser tomados en consideración.
Actualmente, la eclosión del teletrabajo ha acentuado las intercomunicaciones internas y externas. Si cualquiera de los lectores pregunta alrededor, o se pregunta a sí mismo, si hace más reuniones ahora que antes de la pandemia, su respuesta será afirmativa.
La realidad es que, al no haber desplazamientos, es factible encadenar reuniones una detrás de forma muy efectiva. Antes de esa eclosión -provocada, evidentemente, por el teletrabajo generado por la pandemia- tener tres reuniones externas al día era tener todo el día ocupado. Hoy, se pueden tener 6 reuniones de una hora o 45 minutos y aún queda tiempo para dedicarse a otras cosas.
Hay gente que comenta que ha llegado a hacer reuniones sin cámara y solamente audio mientras está en un supermercado haciendo la compra. Otros comentan que, cuando están presencialmente en la oficina, siguen haciendo reuniones con el manos libres del coche de vuelta a casa.
En definitiva, las reuniones se han multiplicado exponencialmente y, eso, afecta a la productividad y a los procesos. Se ha ganado tiempo para hacer reuniones, pero se ha perdido tiempo para dedicarse a producir lo que se decide en las reuniones.
A esa paradoja del teletrabajo se le suma la de creer que la comodidad de estar en el domicilio implica poder conciliar más. Pero, precisamente, como se pierde menos tiempo en desplazamientos, como decíamos, se confunde esa reducción de tiempo de movilidad con más dedicación a las intercomunicaciones -por no decir otra vez ‘reuniones’-, en lugar de realmente conciliar o, por qué no, producir un poco más.
Ante todo ese contexto, aparece la necesidad de saber decir no en dos circunstancias. La primera es la del no interno. Decir no a uno mismo. Cuesta mucho pero es necesario. Cabe saber negarse a activar encuentros innecesarios o que pueden aplazarse.
La segunda circunstancia para decir no es la externa. Puede haber propuestas externas de reuniones. Aunque sean clientes actuales o potenciales, se debe saber moldear el cuando decir que no.
Todo ello aplica, pues, a la gestión del tiempo. Hay recomendaciones que hace años que se publican: la de leer solamente correos electrónicos a horas específicas durante el día, la de desconectar el teléfono móvil cuando uno se concentra para producir, la de reservar horas para la producción. Ahora, la de saber decir que no se suma con fuerza. El teletrabajo, y la falta de contacto físico con el exterior, parece haber dado alas y libertad elevadas para comunicarse digitalmente en cualquier formato y a cualquier hora. Un no bien dicho y argumentado es la mejor arma para evitarlo en aras de poder producir más y mejor.